EL CREADOR DE SUEÑOS (TEJIENDO GUIONES)
-No, no, Señor Atwanson; por supuesto que
tengo claro que la poesía no es lo mío.
-Me alegro de que, al menos, no se engañe a
sí mismo.
-Eso nunca -tajante, casi enfadado-. En
cualquier caso -con un atisbo de pícara sonrisa comenzando a dibujarse-, Señor
Atwanson, siempre he pensado que la clave para la consecución de cualquier
objetivo es la voluntad; en mi opinión, el cambio es posible, la excelencia
está al alcance de cualquiera que se proponga firmemente tocarla, abrazarla.
Atwanson, con los ojos muy abiertos, como
platos, igual que hacen normalmente los interlocutores sorprendidos, atónitos,
expectantes, emocionados, cautivados o incrédulos; a qué tipo pertenece su
mirada es una incógnita.
-Soy totalmente consciente de que el verso
no es una herramienta que sepa manejar con soltura o delicadeza, pero -rápido
giro sobre sí mismo, dándole la espalda a Atwanson y mirando ahora, sin ningún
interés, a través de la ventana- también es cierto que me tiré quince años
escribiendo guiones, todos ellos nefastos, antes de que uno de ellos llamase su
atención y me valiese mi primer Bafta. Lo cierto es, Señor Atwanson, que me he
empeñado en escribir uno de los más bellos y épicos poemas de la historia de la
literatura, igual que un día, hace ya bastante tiempo, me empeñé en convertirme
en uno de los más grandes creadores de sueños.
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