Ella era muy puta y él, bastante maricón.
Ella me recordaba a Hope Sandoval, con sus ojos verdes, sus labios carnosos y
su blanquísima piel, ...tan delgadita, tan frágil, que parecía hecha de
porcelana. Me volvía loco; siempre que la veía llegar mi norte se confundía con
mi sur y mis nervios tomaban el control de los mandos de la nave que mis
neuronas abandonaban a toda velocidad. Él, siempre a su lado, sonriendo con
picardía, jugueteando con su boa roja de chino de saldo, estirándose sobre los
larguísimos tacones de sus botines de auténtica piel de lemur de Louis Vuitton.
Me miraba con los ojos bien abiertos mientras la besaba; lo hacía con lascivia
-tanto mirarme como besarla-, guiñándome un ojo de vez en cuando, introduciendo
toda su lengua en su boca y recogiéndola después un poco más tarde de haberse
separado sus labios.
Una noche se me acercaron, borrachos los
dos, calientes, ansiosos, febriles. Ella se adelantó un poco, se situó a pocos
centímetros de mi boca y, sin pestañear, me dijo "esta noche quiero ser
tuya", todo mi cuerpo tembló, después añadió "y él será nuestro
espectador". Tomamos juntos tres o cuatro whiskys, sin dirigirnos ni una
sola palabra, mirándonos muy fijamente a los ojos entre nosotros tres; de vez
en cuando ella me lamía la cara, muy cerca de los labios, acto seguido le
basaba a él, que estiraba su mano hasta alcanzar mis nalgas por debajo de la
falda. Al cabo de un par de horas nos fuimos a mi casa; nada más entrar ella se
desnudó a toda prisa, él se me acercó y me susurró "tienes tres horas, ni
un minuto más; luego entraré yo en acción", se acercó a un sillón del
salón y se desplomó sobre él al tiempo que cruzaba sus piernas como si fuese
una bailarina del lejano oeste, exagerada y coqueta. Entonces ella,
completamente desnuda, se irguió ante mí y con su mano derecha me indicó que
deseaba que me arrodillase, me arrodillé, ella dijo "hazme tuya y seré tu
esclava". Yo obedecí.
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