EL RITMO DEL GARAGE
Alguien se preguntó en voz alta "y
cómo debiera empezar". Eso me hizo pensar; por un lado me repetí la misma
cuestión, por otra parte... cómo empecé yo. Recordé a Travis Henderson
deambulando desnudo por el desierto mientras nadie hacía ningún esfuerzo por no
olvidarle y él ponía todo de su parte por recordar; terminé pensando en el
Loco.
Tenía siete años cuando mi padre llegó a
casa con una copia de 'El ritmo del garage' en casete -ni idea de dónde había
salido- y, al menos así lo recuerdo, me la dio sin ningún tipo de explicación,
sin motivo concreto -no era mi cumpleaños, ni el día de Reyes, y yo ni siquiera
sabía muy bien quién era el tal Loquillo-, me la soltó, sencillamente, como si
estuviese cumpliendo una misión.
En la portada de aquella cinta aparecía
Loquillo, el Loco, en pose chulesca, apoyado en la reluciente parrilla
delantera de un camión, con su tupé perfectamente modelado, un cigarro descansando
en los labios, camiseta blanca, vaqueros negros ajustados e impolutas camperas
brillantes.
Tan pronto como mi padre puso en mis manos aquel
casete, mi curiosidad se despertó, así que corrí al radiocasete que había en el
cuarto de estar y lo puse a funcionar. Uno, batería, dos, bajo y guitarra, tres
saxofón, ¿cuatro? Rock and Roll; el señor Sanz Beltrán, Loquillo para amigos y
enemigos, hablándome en exclusiva, dirigiendo sus palabras a mi
ultra-perturbable cerebro de siete años. Recuerdo que antes de terminar de oír
el primer tema volví la vista de nuevo hacia la portada y pensé: "eso es
lo que quiero ser de mayor".
Escuchar 'El ritmo del garage' es viajar en
el tiempo; no a un tiempo concreto, sino a todos. Todos los tiempos vividos
encerrados en un disco de poco más de media hora de duración... Escuchar 'El
ritmo del garage' es recordar a Aitor, el primero en irse, recordar nuestras
gargantas rotas intentando gruñir como el Loco, nuestras manos golpeando
nuestras pantorrillas 'al ritmo del garage'. Escuchar 'El ritmo del garage' es
rocordar a Álex, el último rocker, y a todos, absolutamente todos, mis caídos.
Escuchar 'El ritmo del garage' es volver a aquel lejano verano del 95, a mis
espaguetis 'lozanos', a mi abuela y sus cien 'durillos', a todas las chicas con
las que tonteé y a las pocas que conseguí besar. Escuchar 'El ritmo del garage'
es conducir una vez más cada uno de los doscientos y pico mil kilómetros que he
recorrido. Escuchar 'El ritmo del garage' es saborear cada trago de cerveza
como el primero, oír cada disco recién llegado como el segundo -el primero sólo
puede ser uno- y escribir cada palabra como si fuera la última. Escuchar 'El
ritmo del garage' es volver a intuir todo lo bueno que la vida te tiene
preparado. Escuchar 'El ritmo del garage', es...
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