domingo, 5 de octubre de 2014

INESCRUTABLE
     Los primeros rayos de luz comenzaron a filtrarse a través de las deterioradas y sucias láminas de la persiana mal cerrada del dormitorio, impactando directamente sobre su rostro, obligándole a abrir los ojos y despertar. Rápidamente pasó revista a los seiscientos treinta y nueve músculos de su cuerpo maltratado; a pesar de todo el alcohol y los cigarrillos de la noche anterior, no parecía encontrarse tan mal como cabía esperar. Pedro se puso en pie y se encaminó al cuarto de baño donde, frente al espejo y a pesar de su mal aspecto, constató que, efectivamente, seguía vivo. En algún punto, su plan magistral de poner fin a todo y suicidarse a base de cervezas y calmantes falló; "debía de estar tan borracho que olvidé tomarme las puñeteras pastillas", pensó.
     Resignación..., viviría otro día más; "tal vez está noche... podría ser, aún me quedan varias botellas de whiskey y unas cuarenta cervezas, y por supuesto, todos esos tranquilizantes".
     Se metió en la ducha y abrió el grifo; el agua fría estancada en las cañerías desde hacía horas salió torpemente y cayó sobre su cuerpo con violencia. "Así debe de haberse sentido Ryan Adams unas tres mil veces", dijo en voz alta, comprobando así que aún era capaz, además de respirar, de hablar. Fuera del baño se vistió con parsimonia y desinterés, olvidándose de 'conjuntar' sus viejos pantalones grises con una camisa de saldo que nunca antes se había probado, se bebió un café gélido que no recordaba haber preparado y salió a la calle.
     Sólo Dios sabrá el motivo por el que, por primera vez en tres años pisaba una iglesia. La última vez había sido en el funeral de su hermano, con quien no hablaba desde hacía eones, y se había prometido no volver por allí hasta que llegase el día en que él fuese el cadáver. Quizá fuese, sencillamente, porque aquel había sido el día señalado el su calendario, aunque al final las cosas no saliesen como esperaba.
     Dentro del templo de estilo post-modernista, Pedro tomó asiento en uno de los bancos más alejados del altar que, además, ofrecía resguardo a sus ocupantes gracias a la anónima sombra que sobre él caía por obra y gracia de una estatua de la Virgen María. Todo comenzó como él recordaba; el cura saludó cuando todos los asistentes se pusieron en pie, después le cedió la palabra a un par de feligreses que no tardarían mucho en visitar aquel altar como protagonistas estelares. El primero leyó algo acerca de..., la verdad es que Pedro no prestó ninguna atención, pero cuando llegó el turno del segundo, la cosa cambió. Aquel hombre, bajito y encogido, aunque de mirada acerada y firme, recitó una carta de San Pablo en la que el apóstol declaraba ansiar la muerte para reunirse con su Creador, pero que aceptaba seguir vivo, pues esto indicaba que alguna importante misión le aguardaba por aquí. Pedro escuchó atento y sorprendido, como si aquel hombre le hablase sólo a él; al borde de la emoción le pareció que se dirigía en exclusiva al único suicida frustrado que esa mañana de domingo se había dejado caer por allí. "Quizá sea cierto, tal vez sea el mismísimo Dios quién le susurra la forma de las palabras que me ha de comunicar". El resto de la misa no tuvo nada de extraordinario, a pesar de que a Pedro le pareció un mensaje divino el hecho de que aquel domingo concreto, uno de tantos otros domingos oscuros en esa época del año, el sol luciese con tal ímpetu que, al aproximarse al altar para comulgar, durante unos segundos se vio cegado por el reflejo celestial que se proyectaba desde el cáliz que el buen pastor sostenía entre sus manos.
     A la salida, Pedro se dirigió con velocidad a su casa, entró corriendo por la puerta sin pararse a cerrarla, buscó en la cocina todos los frascos llenos de pastillas que encontró y los tiró por el retrete; después hizo lo mismo con las distintas botellas que contenían brebajes capaces de adormilar a un elefante adulto. Acto seguido se plantó frente a un viejo crucifijo que había heredado de un tío suyo que había sido muy beato y, sonriendo, dijo en voz alta: "gracias Padre..., mensaje recibido; no  te arrepentirás".

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