ACERCÁNDOSE AL LÍMITE
Sucesión ininterrumpida de días fríos, días
acalorado, noches extenuado y amaneceres apesadumbrado; a veces llegas a
confundir los días de la semana, las horas... incluso dudas si el último corte
que te has hecho en la palma de la mano sangra de verdad o, sencillamente, has
terminado por volverte loco del todo y la sangre que brota de la herida es sólo
un espejismo. Uno termina odiando su trabajo, escupiendo sobre la actividad que
le provee de alimento y que un día no muy lejano -aunque ahora parezca una
eternidad atrás- le dispensó más de una sonrisa. Te duelen las manos, los pies,
la cabeza, y empiezan a asquearte todas las personas que has conocido gracias a
tu actividad laboral, lo que puede ser bastante peligroso, pues hay quien
comparte trabajo con su padre o su esposa -a quien también puede haber conocido
en el transcurso de una jornada de trabajo, quizá despachándole o vendiéndole
algo-; de hecho, hay personas que sólo se relacionan con gente que tiene algo
que ver con su trabajo. Entonces uno comienza a comprender a los suicidas, a los
homicidas y a los apátridas. A los primeros porque siempre es preferible
liquidarte a ti mismo y, de paso, descansar; a los segundos por el hartazgo y
el hastío, y puede que por enajenación mental transitoria también; a los
últimos por la necesidad de escapar muy, muy lejos, y no sentir la tentación de
mirar hacia atrás.
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