miércoles, 14 de enero de 2015

ACERCÁNDOSE AL LÍMITE
     Sucesión ininterrumpida de días fríos, días acalorado, noches extenuado y amaneceres apesadumbrado; a veces llegas a confundir los días de la semana, las horas... incluso dudas si el último corte que te has hecho en la palma de la mano sangra de verdad o, sencillamente, has terminado por volverte loco del todo y la sangre que brota de la herida es sólo un espejismo. Uno termina odiando su trabajo, escupiendo sobre la actividad que le provee de alimento y que un día no muy lejano -aunque ahora parezca una eternidad atrás- le dispensó más de una sonrisa. Te duelen las manos, los pies, la cabeza, y empiezan a asquearte todas las personas que has conocido gracias a tu actividad laboral, lo que puede ser bastante peligroso, pues hay quien comparte trabajo con su padre o su esposa -a quien también puede haber conocido en el transcurso de una jornada de trabajo, quizá despachándole o vendiéndole algo-; de hecho, hay personas que sólo se relacionan con gente que tiene algo que ver con su trabajo. Entonces uno comienza a comprender a los suicidas, a los homicidas y a los apátridas. A los primeros porque siempre es preferible liquidarte a ti mismo y, de paso, descansar; a los segundos por el hartazgo y el hastío, y puede que por enajenación mental transitoria también; a los últimos por la necesidad de escapar muy, muy lejos, y no sentir la tentación de mirar hacia atrás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario