viernes, 9 de enero de 2015

GALORE
     Pocas experiencias dejan una impronta tan perenne como aquellas que nos descubrieron en nuestra primera juventud, dispuestos para la sorpresa, con la grabadora interna lista para ponerse en marcha. Algunos de esos episodios vitales van marcados por la banda sonora que los acompaña.
     Oír a los británicos The Cure es volver a 1999, al Xalabam, a una larguísima noche que podía llegar a durar varios días, es ver bailar a un cantante amanerado que me guiña un ojo, es conversar con una muchacha que, desinhibida por un sueño etílico, me invita a su alcoba, es saltar junto a un par de locos y besar a una princesa que aún no sabe que lo es.
     Tan lejanos parecen aquellos días en que las fuerzas no flaqueaban aunque nunca hubiese mucha comida y sí demasiado vicio. Había una muchacha, Verónica, que iba para psicóloga, y otra, Paula, a la que le gustaba bailar con mi amigo Manu, del que estaba medio enamorada. Solíamos tomarnos una cerveza con ellas todo los viernes por la noche, mientras oíamos 'Boys don't cry'. Después yo entraba dentro de la barra y me ponía a los mandos del aparato de audio; pinchaba un montón de canciones de aquel disco, 'Galore', en el que los de Robert Smith repasaban algunos de sus más memorables singles. Nos pasábamos allí toda la noche, cuando salíamos a la calle el sol ya estaba en todo lo alto, era domingo o lunes, o puede que viernes otra vez, y todo lo que queríamos hacer era buscar un banco bajo un árbol en el que sentarnos a pensar en aquellas chicas que nos gustaban pero a las que no querríamos jamás, haciendo tiempo hasta que volviese a oscurecer, mientras en muestras cabezas, en perfecta sincronización, continuaban sonando las melodías de los Cure, poniéndole banda sonora a todo un año, o dos, o tres, de nuestras vidas.

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