¿Qué tal estás?, me preguntan, por
compromiso imperativo, clientes, amigos, familiares y transeúntes con los que
me cruzo a diario. Yo tengo claro que realmente les importa una soberana mierda
si tengo algún problema, si sufro estoicamente o soy el tipo más feliz a este
lado del planeta -de hecho creo, sin miedo a equivocarme, que más de uno sonreiría
secretamente al conocerme alguna desgracia-, y aún así preguntan: ¿qué tal
estás? Yo, que no soy más que otra cobaya girando y saltando alegre y/o
abnegadamente dentro de mi rueda, sonrío y contesto con mi parte de la ecuación
de la diplomacia social: bien, bien; vamos tirando.
De vez en cuando me encuentro algún
transgresor, qué tal estás, y se me queda mirando, ahí parado, esperando una
respuesta auténtica; es más común el otro extremo: ¿qué tal estás, bien, no?
Avocado a la confirmación, al asentimiento, qué opciones le dejan a uno; no,
coño, no estoy bien para nada, aunque a ti te fastidie la estadística, a pesar
de que eso te obligue a tener que reconocer que tu pregunta era mero formalismo
y que ahora no te interesa entrar en 'mi materia'. Pero claro, yo soy un pero
bien amaestrado, muy bien amaestrado, exageradamente amaestrado, y respondo
como cabe esperar: guau.
No hay comentarios:
Publicar un comentario