viernes, 23 de enero de 2015

     ¿Qué tal estás?, me preguntan, por compromiso imperativo, clientes, amigos, familiares y transeúntes con los que me cruzo a diario. Yo tengo claro que realmente les importa una soberana mierda si tengo algún problema, si sufro estoicamente o soy el tipo más feliz a este lado del planeta -de hecho creo, sin miedo a equivocarme, que más de uno sonreiría secretamente al conocerme alguna desgracia-, y aún así preguntan: ¿qué tal estás? Yo, que no soy más que otra cobaya girando y saltando alegre y/o abnegadamente dentro de mi rueda, sonrío y contesto con mi parte de la ecuación de la diplomacia social: bien, bien; vamos tirando.
     De vez en cuando me encuentro algún transgresor, qué tal estás, y se me queda mirando, ahí parado, esperando una respuesta auténtica; es más común el otro extremo: ¿qué tal estás, bien, no? Avocado a la confirmación, al asentimiento, qué opciones le dejan a uno; no, coño, no estoy bien para nada, aunque a ti te fastidie la estadística, a pesar de que eso te obligue a tener que reconocer que tu pregunta era mero formalismo y que ahora no te interesa entrar en 'mi materia'. Pero claro, yo soy un pero bien amaestrado, muy bien amaestrado, exageradamente amaestrado, y respondo como cabe esperar: guau.

No hay comentarios:

Publicar un comentario