lunes, 23 de febrero de 2015

EL CORREDOR
     Aún no ha amanecido y el corredor ya está de vuelta. Se ha levantado muy temprano, antes incluso de que muchos jóvenes infinitamente más fuertes que él iniciasen el camino de regreso a sus hogares después de otra noche de viernes, se ha calzado su par de zapatillas niponas y se ha lanzado a la carretera.
     No ha tardado mucho en cruzar los límites de la ciudad y adentrarse en sinuosos y oscuros caminos de montaña, iluminado sólo por alguna estrella que ha conseguido abrirse paso entre las nubes y por las viejas farolas que aún conservan en sus entradas las pocas casas de monte aún habitadas. El corredor es así, confía siempre en su instinto, en su memoria, en tener a Dios de su lado, nunca duda, jamás permite que su pulso tiemble porque no acepta la posibilidad de que algo salga mal.
     Ha disfrutado de su carrera bajo la lluvia; el corredor es así, siempre corriendo, siempre pensando carreras o correrías o correteos. En realidad ha sido así toda su vida, todo un corredor, aunque él no lo sepa o lo niegue porque empezó a correr a los veinticinco, cuando el cuerpo de un hombre ha alcanzado su máximo potencial y se ve avocado a iniciar un camino de descenso tortuoso y progresivo hacia la decrepitud. El corredor está convencido de que ahí, el primer día que se puso un par de zapatillas horteras y llamativas, fue cuando comenzó a ser un corredor; pero se equivoca, corría dentro de la virilidad de su padre, y más tarde en la maternidad potencial de su madre, corría cuando buscaba respuesta a preguntas que incomodaban a sus abuelos y padres primero, a sus maestros más tarde y a sus superiores después. El corredor lleva toda su vida corriendo; lo ha hecho dentro de su cuerpo, encerrado en las sólidas paredes que delimitan su figura; aún hoy, cuando sus piernas se mueven a gran velocidad durante horas, a través de kilómetros de sudor y sonrisas, aún hoy su mente sigue llevándole la delantera a su voluntarioso y aún así rezagado cuerpo.
     El corredor ha nacido para correr, él lo sabe, y seguirá corriendo hasta que la última neurona que en su interior quede en pie decida rendirse y claudicar. El corredor no sabe hacer otra cosa, correr es su religión, su filosofía, y correrá hacia el ocaso de su vida, hacia el fin de los días, siempre buscando la forma de alcanzar un par de metros más.

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