EL CORREDOR
Aún no ha amanecido y el corredor ya está
de vuelta. Se ha levantado muy temprano, antes incluso de que muchos jóvenes
infinitamente más fuertes que él iniciasen el camino de regreso a sus hogares
después de otra noche de viernes, se ha calzado su par de zapatillas niponas y
se ha lanzado a la carretera.
No ha tardado mucho en cruzar los límites
de la ciudad y adentrarse en sinuosos y oscuros caminos de montaña, iluminado
sólo por alguna estrella que ha conseguido abrirse paso entre las nubes y por
las viejas farolas que aún conservan en sus entradas las pocas casas de monte aún
habitadas. El corredor es así, confía siempre en su instinto, en su memoria, en
tener a Dios de su lado, nunca duda, jamás permite que su pulso tiemble porque
no acepta la posibilidad de que algo salga mal.
Ha disfrutado de su carrera bajo la lluvia;
el corredor es así, siempre corriendo, siempre pensando carreras o correrías o
correteos. En realidad ha sido así toda su vida, todo un corredor, aunque él no
lo sepa o lo niegue porque empezó a correr a los veinticinco, cuando el cuerpo
de un hombre ha alcanzado su máximo potencial y se ve avocado a iniciar un
camino de descenso tortuoso y progresivo hacia la decrepitud. El corredor está
convencido de que ahí, el primer día que se puso un par de zapatillas horteras
y llamativas, fue cuando comenzó a ser un corredor; pero se equivoca, corría
dentro de la virilidad de su padre, y más tarde en la maternidad potencial de
su madre, corría cuando buscaba respuesta a preguntas que incomodaban a sus
abuelos y padres primero, a sus maestros más tarde y a sus superiores después.
El corredor lleva toda su vida corriendo; lo ha hecho dentro de su cuerpo,
encerrado en las sólidas paredes que delimitan su figura; aún hoy, cuando sus
piernas se mueven a gran velocidad durante horas, a través de kilómetros de
sudor y sonrisas, aún hoy su mente sigue llevándole la delantera a su
voluntarioso y aún así rezagado cuerpo.
El corredor ha nacido para correr, él lo
sabe, y seguirá corriendo hasta que la última neurona que en su interior quede
en pie decida rendirse y claudicar. El corredor no sabe hacer otra cosa, correr
es su religión, su filosofía, y correrá hacia el ocaso de su vida, hacia el fin
de los días, siempre buscando la forma de alcanzar un par de metros más.
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