ABDICANDO DE... LA VIDA
-Sólo
dices chorradas -y su voz se quedó retumbando ahí arriba, en esa buhardilla
destartalada llena de neuronas hiperactivas-; ¿me has oído? Nada más que
chorradas.
Se repuso.
-Exactamente...
a qué te refieres.
Exasperante; a veces Samsa era,
sencillamente, exasperante. De una forma desafiante, exasperante hasta la
incitación a la violencia. Pero Sara ya le conocía, nada le haría dejar de ser
un témpano de hielo; el autocontrol era su filosofía, la abnegación su credo.
-Esa
estupidez acerca de la abdicación que llevas pregonando toda la semana, un buen
ejemplo, sí; ¿no te cansas de soltar chorradas de ese tipo todo el día?
-La
abdicación -ensimismado, sotto voce, alejado-.
-Sí
Samsa, la ab-di-ca-ción -sin ira, pero con claro hartazgo-.
Tres, dos, uno... acelerador a fondo.
-La
abdicación me corroe por dentro, me impide dormir por las noches; la abdicación
de los códigos morales de conducta, la abdicación de la ética, la abdicación de
la voluntad, la abdicación de la ilusión..., de la esperanza, la abdicación de
la sonrisa, la abdicación del espíritu combativo, la abdicación del deber, la
abdicación de la poesía, la abdicación de las matemáticas, la física y la
biología, la abdicación de la vida.
Silencio; Sara callada al fin, con los ojos
bien abiertos y dispuesta a seguir escuchando. Samsa continúa sin percatarse de
que lo que está haciendo, realmente, es desenvolver un regalo inesperado.
-Debería
darle la razón a todos aquellos que se refugian en el discurso
derrotista-conformista y mandarlo todo a la mierda (yo mismo incluido); debería
darle la razón a Franz, reconocer que todo está perdido y que yo solo no puedo
cambiar nada, que no voy a salvar a nadie, que soy incapaz incluso de salvarme
a mí mismo. Debería asumir mi derrota, ser consecuente, y rendirme a mi
cansancio, a este hastío atroz ante la obligación de seguir vivo, de continuar
aunque no valga para nada. Debería ser razonable, claudicar, aceptar la
realidad. Debería sentarme a esperar la muerte, o incluso correr a su
encuentro: escribir mis últimas palabras en este cuaderno y no volver a abrir
la boca nunca más.
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