sábado, 14 de marzo de 2015

ABDICANDO DE... LA VIDA
-Sólo dices chorradas -y su voz se quedó retumbando ahí arriba, en esa buhardilla destartalada llena de neuronas hiperactivas-; ¿me has oído? Nada más que chorradas.
     Se repuso.
-Exactamente... a qué te refieres.
     Exasperante; a veces Samsa era, sencillamente, exasperante. De una forma desafiante, exasperante hasta la incitación a la violencia. Pero Sara ya le conocía, nada le haría dejar de ser un témpano de hielo; el autocontrol era su filosofía, la abnegación su credo.
-Esa estupidez acerca de la abdicación que llevas pregonando toda la semana, un buen ejemplo, sí; ¿no te cansas de soltar chorradas de ese tipo todo el día?
-La abdicación -ensimismado, sotto voce, alejado-.
-Sí Samsa, la ab-di-ca-ción -sin ira, pero con claro hartazgo-.
     Tres, dos, uno... acelerador a fondo.
-La abdicación me corroe por dentro, me impide dormir por las noches; la abdicación de los códigos morales de conducta, la abdicación de la ética, la abdicación de la voluntad, la abdicación de la ilusión..., de la esperanza, la abdicación de la sonrisa, la abdicación del espíritu combativo, la abdicación del deber, la abdicación de la poesía, la abdicación de las matemáticas, la física y la biología, la abdicación de la vida.
     Silencio; Sara callada al fin, con los ojos bien abiertos y dispuesta a seguir escuchando. Samsa continúa sin percatarse de que lo que está haciendo, realmente, es desenvolver un regalo inesperado.
-Debería darle la razón a todos aquellos que se refugian en el discurso derrotista-conformista y mandarlo todo a la mierda (yo mismo incluido); debería darle la razón a Franz, reconocer que todo está perdido y que yo solo no puedo cambiar nada, que no voy a salvar a nadie, que soy incapaz incluso de salvarme a mí mismo. Debería asumir mi derrota, ser consecuente, y rendirme a mi cansancio, a este hastío atroz ante la obligación de seguir vivo, de continuar aunque no valga para nada. Debería ser razonable, claudicar, aceptar la realidad. Debería sentarme a esperar la muerte, o incluso correr a su encuentro: escribir mis últimas palabras en este cuaderno y no volver a abrir la boca nunca más.

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