Llamando al espacio exterior; a un punto
indeterminado, desconocido, ignorado -da igual- del todo absoluto que nos
rodea: ¿hay alguien ahí?
***
Ryan nació con 'el don'; no hubo culpa ni
mérito alguno que atribuirle a nadie, ningún antecedente familiar podría
haberlo vaticinado. Con once años, después de escribir una larguísima carta que
con el tiempo se convirtió en un breve relato por el que cierta editorial llegó
a cobrar veintitrés euros por ejemplar, se tomó su primera cerveza y, acto
seguido, se cortó las venas. Entre las setecientas veinticuatro líneas que
componían su última misiva -que también era la primera-, destacaba una:
"mis ojos se han saturado con toda esta luz; es tanta y tan poderosa que
no soy capaz de cerrarlos, tendré que encontrar otra forma de volver a la paz
de la oscuridad".
No tuvo suerte, erró en sus cálculos y su
primer intento de suicidio se quedó en eso, intento, y nada más. Hubo otros,
tres, antes de que un cáncer de páncreas se lo llevase en pocos meses a esa
oscuridad que tanto añoraba.
Durante los treinta y cinco años que
'aguantó' con vida, escribió cuatro novelas, un poemario y varios cientos de
artículos y relatos. Jamás llegó a ver nada de todo ello publicado; fue
Jean-Philippe , esposo de su hermana y editor, quien sacó a la luz toda su obra
en los años posteriores a su fallecimiento. En total, los ingresos generados
por las ventas del fruto de toda una vida dedicada a la escritura, ascendieron
a la nada insignificante suma de cuatro millones de euros -céntimo arriba,
céntimo abajo-. Ryan, curiosamente, generó una fortuna de la que nunca
disfrutó; murió solo, en una buhardilla mohosa llena de libros y trastos
viejos, como un hombre abandonado... Abandonado por todos -conocidos y
extrañso-. Abandonado por la sociedad. Abandonado por sí mismo. Abandonado por
Dios. Aún más curiosas, no obstante, fueron las palabras que escogió para poner
punto y final al último de sus escritos, una reflexión acerca de la teoría de
los universos múltiples y del 'eterno retorno', que concluyó con un contundente
"no os preocupéis, no hay nada que agradecer".
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