jueves, 16 de julio de 2015

AHORA QUE NO ESTOY (pt.12/18)
     Existe un archivador rojo que guardo en un hueco de mi escritorio, en el que recojo y acopio con cierto celo, distintos documentos relacionados con lo que ha sido mi vida no interior hasta este preciso instante.
     Algunos días, con la puesta de sol, siento que el archivador rojo me llama, me grita rogando, o tal vez sea ordenando -no lo sé-, que lo saque de su retiro, de su ostracismo, y lo abra,
     A veces, repasando el testimonio de ciertos recuerdos a través de sus páginas, termino por llorar.
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     Con 10 años mi abuela y mi madre terminaron por aceptar que había algo diferente en mí, algo que no iban a poder entender sin la ayuda adecuada. Así que en abril de 1991 decidieron llevarme a un psicólogo. Después de un par de días haciendo pruebas y conversando casi de igual a igual -algo realmente complicado en lo que prácticamente es igual que un interrogatorio policial-, éste dictaminó que el sujeto de estudio, yo, poseía 'ciertas habilidades'.
     Un mes más tarde, y sólo por cumplir con la vieja tradición española de la segunda opinión, y nada más, un nuevo psicólogo se entrevistó conmigo -aunque más bien debiera decir que yo me entrevisté con él- durante dos tardes. Este otro experto del intelecto humano (oh, no) y la agudeza personal, concedió a las ya constatadas y confirmadas habilidades el atributo de 'excepcionales'.
     Hoy por hoy ya no tengo ningún problema con la denominación de origen 'superdotado', pero hubo un tiempo en que ésta, como tantas otras, más que un tabú era un terror.
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     Una vez, mi padre me escribió una carta en la que decía que estaba orgulloso de mí. Recuerdo sus motivos, los tengo digeridos y aún así, hoy me siguen emocionando.
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     Fue en la primavera de 1997 cuando supe, por primera vez y en primera persona, de lo efímero de la vida.
     "Sepsis meningocócica tipo C, quizás -las pruebas no eran concluyentes-; ingresémosle en la UVI por si acaso. ¿Hay alguna cama libre? Aunque sólo sea hasta mañana, por si acaso”.
     Recuerdo haberme pasado todo un mes, el inmediatamente anterior, teniendo un sueño noche tras noche, muy parecido a lo que ahora estaba siendo real. El dolor de mi cabeza, el dolor de mi cuerpo, el dolor de mi espíritu...; yo ya había estado aquí.
     “Si no le hubiésemos ingresado, después de 24 horas...”; aquella noche tuve la suerte, sí, la SUERTE de que el doctor Miguel Ángel Llaneza fuese el encargado de decidir. Y precisamente, ésta era la diferencia con mi sueño.
     Recuerdo a mi abuela sentada a mi lado, a punto de llorar.
     “¿Sigue vivo? Es un milagro, no sabemos qué hacer con él”. Y mis ojos -sólo mis ojos-, cerrados…
     Recuerdo mirar al cielo y ver el Cielo, y recuerdo pedir “aunque sólo crea en Ti por necesidad, un solo día más fuera de aquí”. Y ahora estoy aquí, escribiendo esto. (Y Te doy gracias).
     Recuerdo la mirada triste de mi hermano el día de su primera comunión.
     Recuerdo las manos de mi padre atusando mi pelo.

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