AHORA QUE NO ESTOY (pt.17/18)
Ayer volvió a pasarme; últimamente parece
que todo el mundo tiene más confianza en mí que yo mismo. Oigo frases como
“este chaval va a llegar lejos” o “si los que mandan pensasen como tú...”, y me
pregunto por qué no mando yo. ¿Hace falta realmente ser uno de los que manda
para hacer algo?
Hay que cambiar el mundo. Cambiar... El
cambio y la presencia perpetua, la perduración en el tiempo de un algo, el que
sea ¡da lo mismo!, que ate por siempre un nombre a una imagen. El recuerdo, la
memoria, la imaginación..., la memoria imaginada -que no es lo mismo que
inventada- y ¿el recuerdo soñado?
Mi padre y su legado oculto en mis venas;
simple sangre.
Cuando era un crío no conseguía entender
qué satisfacción, qué bien supremo y superior podía encontrar mi padre en el
acto de salir a correr. Correr...; ¿qué podía -y puede- darle el correr a mi
padre, que compensase los tobillos doloridos, los ocasionales mareos y nauseas,
vómitos y los más que habituales retorcijones de estómago?
***
Me dijeron que el mundo no podía ser
cambiado y entonces supe cual era mi destino. Oí que no había nada que fuese
para siempre y conocí mi camino.
***
Hace setenta y cuatro días que empecé a
correr. Aún no sé muy bien cómo explicar porqué empecé a hacerlo, pero sí sé
que llevaba mucho tiempo intentando ignorar cierta necesidad de hacerlo. Me
siento libre.
Intento imaginar lo que supone para un
quinceañero de los últimos años sesenta esa sensación, libertad...; “nadie
puede arrebatarme este momento, y jamás podrá hacerlo”. Comienzo a entender a
mi padre.
Mi padre creció en una España en la que los
jóvenes sabían que existían libros que no les estaba permitido leer, discos que
no podían escuchar y películas recortadas y prohibidas para todas las miradas.
Por otra parte, el deseo, la necesidad. Y en medio de todo esto, las gotas de
sudor resbalando por la frente, recordándole a uno que está vivo, que ese
corazón que ahora galopa apropiándose del ritmo de cualquier pensamiento, es el
suyo, que estas piernas temblorosas, aún pueden recorrer un kilómetro más, que
no hay más límite ni barrera que los de mi propia voluntad.
Han pasado veintiocho años desde mi primera
mirada y creo (intuyo que además es cierto) que por segunda vez en mi vida
empiezo a comprender. Dicen que el vino mejora con el tiempo. Vino tinto, tinta
roja; mi sangre otra vez. Y en ella, el reflejo de mi pasado, el recuerdo de un
nombre: Lozano.
Todos y uno, como los mosqueteros. Entiendo
mi propia deuda histórica.
***
Hoy he salido por primera vez a la
carretera. Me siento como si todo volviese a empezar otra vez. Una nueva
oportunidad, para mí y para todo el peso de mi espalda. Está bien, esto está
bien.
A veces, mientras corro, sin ningún motivo,
me entran ganas de llorar. En cambio, otras me apetece -y no puedo evitarlo-
reír y levantar los brazos en señal de victoria e intentar volar.
***
Creo que
hoy, por fin, he comenzado a conseguirlo. Y ahora, nada me va a parar.
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