sábado, 28 de noviembre de 2015

EL CUADERNO
     A veces uno necesita volver al cuaderno, a la palabra escrita a media luz, al hogar. Todas las líneas, todos los párrafos, toda la tinta derramada sobre el papel parece, siempre, necesaria y vital; tal vez lo sea, siempre, pero... al final uno termina por olvidar el ochenta y pico por ciento de las cosas que ha escrito, como olvida el noventa y tantos por ciento de aquello que ha pensado. Sólo quedan, de cuando en cuando, sensaciones que reflejan lo que un día fue sentimiento: disfruté tanto con este poema, me gustó escribir tal o cual relato, me siento tan unido al protagonista de esta novela, he llorado repasando estas notas... y así.
     El cuaderno se queda ahí, en un estante, guardando todo eso dentro de él, de una forma tan convencional y humana como la vida misma; algún día morirá. El cuaderno no se archiva en una base de datos en el espacio virtual ni en el Pentágono; el cuaderno perecerá víctima de un fuego fortuito, una inundación doméstica o el simple paso del tiempo que terminará devolviéndole blancura a sus hojas. Quizá sirva de entretenimiento a uno de mis nietos mientras juega con lápices de colores. Y yo qué sé.
     Por eso el cuaderno es necesario; porque, como yo mismo, es inmediato y efímero, un precioso espejo al que asomarse una y otra vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario