domingo, 8 de noviembre de 2015

EL ESCRITOR DE ÉXITOS
     Anotaciones para una novela, apuntes para no olvidar escribir tal o cual artículo, esbozos de lo que podría llegar a ser un poema, un par de palabras clave en un trozo de papel con el que uno se pasea durante todo el día intentando no olvidar qué quieren decir. Será que estoy enfermo.
     Cuente usted bien sus monedas antes de pedir otro café; no querríamos tener que sufrir otro episodio de mendicidad improvisada dentro de nuestro lujoso túnel del tiempo. Pero esto uno sólo lo piensa; porque un buen camarero nunca juzga, se limita a atender y sonreír.
     La verdad es que sí que me siento un tanto enfermo. Te escupen y sonríes, de la misma forma que lo harías si simplemente te pidiesen, muy educadamente, que tirases una caña con poca espuma, o igual que si quien te escupe fuese tu camello y acabase de invitarte a un ácido tan genial que, en lugar de recibir su saliva propulsada hacia tu cara, pensases que lo que sientes en el rostro son gotitas de agua marina salpicándote justo al comienzo del primer baño del verano.
     Me duelen las ideas. Todas ellas chocando dentro de mi cabeza, luchando por llegar las primeras al túnel de vestuarios, multiplicándose por momentos, creciendo, proliferando, ocupando cada vez más espacio. Las hay de todo tipo: tristes, bucólicas, alocadas, nauseabundas, sensuales, excitantes, terroríficas, alegres, dudosas, melancólicas, esperanzadas, suicidas, sádicas, violentas, vitales, estúpidas, pretenciosas, intelectuales, filosóficas... Y todas empeñadas en prevalecer sobre el resto, en conseguir antes que las demás llegarme a la punta del bolígrafo en el momento adecuado, en el instante preciso: este.
     El dolor se vuelve acumulativo; la suma de quiebros y escondites adquiere masa, dimensiones físicas, y todo lo que surge en el reino de las ideas comienza a saltar con vehemencia, intentando y de vez en cuando logrando pasar a las tres dimensiones. Es entonces cuando más insoportable se vuelve el pesar; porque por primera vez en la historia personal, realmente pesa. Como un saco de cemento, como una lápida de mármol, como diez millones de libros vendidos en todo el mundo y traducidos a quince idiomas; pesa. Aún así uno no puede olvidarse de sonreír porque, como un buen camarero, debes despachar otro ejemplar dedicado a una tal Susana, o a un tal Pepe o Juan o Luis o quienquiera que sea. No puedes, no debes olvidar que esto ya no es simplemente tu pasión, sino tu modo de vida, tu vida misma, toda ella. Y tu sonrisa de hoy serán mañana tus hojas en blanco y tus ríos de tinta dispuesta a lo que sea; tu nueva promesa de hacer girar la rueda en el sentido contrario por una vez en tu vida y así volver a rozar lo que un día no fuiste capaz de apreciar: tu libertad.

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