domingo, 15 de noviembre de 2015

     Ahí vienen las viejas canciones, encerradas en discos añejos; ahí vienen los recuerdos.
     De vez en cuando, al llegar la noche del viernes, decido encerrarme en mi casa, desconectar el teléfono, aislarme del mundo y de casi toda humanidad conocida, ignoro el televisor y la comodidad del sofá. Me siento en una silla de oficina, frente a una estantería en que se amontonan tantos discos como sueños, y espero a que uno de ellos me llame.
     Primera nota y primer acorde de la primera canción del primer disco de esta primera noche de todas las que me puedan quedar... Mi corazón toma el control absoluto sobre los archivos históricos personales de esa gran biblioteca que es mi memoria.
     Las imágenes se suceden; algunas como inmóviles instantáneas, otras como añejas películas en blanco y negro, y otras pocas como hologramas llenos de color y calor, ruidos y silencios.
     Entonces un segundo disco me grita desde la estantería del recuerdo. Tengo más confianza con algunas de mis canciones que con mi propia madre.
     Y pienso, una vez más, pienso... Pienso en ti, en mí, en toda la gente que pasó por aquí y en todos los que aún me visitan de vez en cuando. Y sonrío; hoy sonrío, sobre todo, porque ayer soñaba con sonreír. Ayer, sólo soñaba con sonreír.

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