COSAS QUE PERDIMOS EN EL FUEGO
Había escrito unos cuatrocientos poemas;
tenía trece años cuando derramé sangre negra sobre el papel por vez primera,
diez más cuando redacté el último de ellos. Y después, unos pocos meses; dos, tres...
quizá.
Serían
las nueve de la noche, unos cuantos amigos se habían reunido en mi salón para
beber cerveza -nada poético, pero sí muy artístico porque, ya se sabe, los
caminos de la inspiración son inescrutables-; charlábamos acerca de cualquiera
de las muchas estupideces que por aquel entonces ocupaban tanto tiempo en
nuestras mentes; entre risas y humo de cigarrillos extra-largos cargados de
tranquilidad. Yo pensaba seguir escribiendo poesía, no había tomado la decisión
de renunciar a la rima de forma definitiva ni nada por el estilo. Llevaba unos
minutos callado, abstraído, como en 'standbye', cuando me levanté como un
resorte y me dirigí a la cocina. Un minuto más tarde regresé con un caldero
metálico, un trozo de algodón y un bote de alcohol. Lo que sigue es obvio:
prendí fuego al algodón empapado y lo arrojé al cubo. Mis invitados comenzaron
a gritar y cantar con fervor. Yo volví a ausentarme unos segundos para después
reaparecer en el salón con el, hasta entonces, total de mi producción poética.
Todo al fuego, sin reparo, sin perdón. Mis amigos enmudecieron; me observaban
con una cruel mezcla de miedo y estupor que a mi terminó por hacerme reír; así
que la fiesta continuó.
Han pasado más de diez años de todo esto.
Algunas tardes de domingo, cuando las circunstancias incontrolables aunque
cuestionables de la vida, me obligan a estar solo, me da por ver películas
malas de los años noventa, beber cerveza de forma desesperada y rebuscar entre
todos mis papeles, una vez más; por si hay suerte, pudiera ser que algo se
salvase. Quién sabe. Lo hago como ritual que merece ser perpetuado en el
tiempo, incluso más allá del día en que las causas de su origen sean olvidadas.
Lo hago también, para combatir la soledad y la nostalgia del final del fin de semana
-otro ciclo abrasado-; y por supuesto, lo hago para mantener viva la llama de
la locura que aquel fuego, hace ya tanto tiempo, encendió en mi interior.
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