Había enviado algunos de sus mejores
escritos cuando, ante las repetidas negativas por parte de editoriales de todo
el país, se decidió a hacer un radical último intento.
'Su obra es extremadamente literaria, de
una calidad tal que no encontraría un nutrido público capaz en nuestros días',
así rezaba la última de las notas de rechazo; ¿quieren mediocridad? -pensó-,
pues vaya si la tendrán.
Jacob, una vez más y como siempre, tomó un
bolígrafo de tinta negra en su mano derecha y apuñaló el papel; pero esta vez
lo hizo con suavidad, sin haberse ventilado botella y media de vino antes de
comenzar con su crimen. El resultado fue una insulsa novela melodramática
acerca de un niño tullido y su relación con su perro hasta que, después de la
muerte de éste atropellado, el perro por supuesto, el muchacho es desvirgado
por una preciosa chica tres años mayor que él a la que nadie se atreve a
invitar al baile de su graduación por ser extremadamente alta. Incomible, mal
escrita, falta de refinamiento y con un lenguaje rayando lo chabacano, 'El
último día de su vida' fue un éxito de crítica y público. No le quedó más
remedio: el mismo día que un enviado de la editorial recorría las calles de la
ciudad en motocicleta para llevarle un suculento cheque por sus ventas, Jacob
tomó la firme decisión de acabar con su vida; se pegó un tiro en la sien. Por
desgracia erró; ahora escribe secuelas de 'El último día de su vida' sentado en
una silla de ruedas mientras un hilillo perpetuo de tibia saliva se le escurre
entre los labios. En su cabeza resuena, día tras día, una jocosa voz que repite
con sorna: "Enhorabuena Jacob; lo has conseguido".
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