EL ETERNO YONQUI
Cuando yo amo, amo con locura y frenesí;
como un yonki que persigue su dosis de felicidad, busco el objeto de la mía y a
él -o ella- me entrego con devoción absoluta. Esto es algo que me dijo, hace ya
eones, un listillo que intentaba levantarme a un guitarrista para formar con él
un grupo de rock. Lo cierto es que dio en el clavo, me dejó turulato durante el
tiempo suficiente para salirse con la suya, y yo empecé a ser más indulgente
conmigo mismo.
Hoy, por ejemplo, un buen y viejo amigo me
ha recordado el día en que nos conocimos; al parecer ese día -noche en verdad-
yo estaba dando una charla acerca de la influencia de la música tradicional
negra -la de los esclavos algodoneros- en todo lo que vino después de 1952.
Según mi amigo la pasión fluía por mis poros en competencia directa con mi
erudición acerca del tema en cuestión. Soy un hombre informado, qué le vamos a
hacer; hay a quien le encanta el sonido de su propia voz. A mí lo que de verdad
me entusiasma es tener respuesta para todo, lo que me lleva a buscar siempre un
poquito más que al resto y obtener así un privilegio documental casi insuperable
-porque estas cosas, como cualquier otra, siempre son 'casi'-.
Sean sinceros, señores importantes de la
palabra y la letra y el fonema y la metodología correcta para una gramática
acertada: en el fondo a todos ustedes les importamos una mierda el resto de los
mortales; al menos hasta que consigamos entrar en su selecto club privado.
Primero el reconocimiento, después... ¿la
felicidad? Tal vez; lo que sí que será seguro es el tiempo, el tiempo que
regala o compra o genera el maldito dinero. Ahí fuera hay un montón de gente
excepcional -aunque el término 'montón' les suene tan vulgar, tan plebeyo, tan
simple y mundano-; hagan la prueba: cierren sus cuadernos de diseño y salgan a
hablar con personas reales y auténticas -que no por ser sinónimos siempre lo
son exactos-, olviden por un par de horas sus personajes diseñados por y para
algún fin maestro. Dejen que la realidad les sorprenda.
El mundo está lleno de ansiosos bebedores
de cerveza, de melómanos empedernidos, de maniáticos de la limpieza y
autodidactas insufribles, de incorregibles conquistadores y lectores devotos.
No hay nada especial en mi; tan sólo soy un yonqui más, empeñado en escribir
más páginas que el más prolífico de los escritores, beber más tragos que John
Bonham el día de su muerte, dar más besos que el mejor de los amantes. Yo soy,
sencillamente, y al igual que mis congéneres, uno más, otro más..., el eterno
yonqui.
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