domingo, 13 de diciembre de 2015

EL ETERNO YONQUI
     Cuando yo amo, amo con locura y frenesí; como un yonki que persigue su dosis de felicidad, busco el objeto de la mía y a él -o ella- me entrego con devoción absoluta. Esto es algo que me dijo, hace ya eones, un listillo que intentaba levantarme a un guitarrista para formar con él un grupo de rock. Lo cierto es que dio en el clavo, me dejó turulato durante el tiempo suficiente para salirse con la suya, y yo empecé a ser más indulgente conmigo mismo.
     Hoy, por ejemplo, un buen y viejo amigo me ha recordado el día en que nos conocimos; al parecer ese día -noche en verdad- yo estaba dando una charla acerca de la influencia de la música tradicional negra -la de los esclavos algodoneros- en todo lo que vino después de 1952. Según mi amigo la pasión fluía por mis poros en competencia directa con mi erudición acerca del tema en cuestión. Soy un hombre informado, qué le vamos a hacer; hay a quien le encanta el sonido de su propia voz. A mí lo que de verdad me entusiasma es tener respuesta para todo, lo que me lleva a buscar siempre un poquito más que al resto y obtener así un privilegio documental casi insuperable -porque estas cosas, como cualquier otra, siempre son 'casi'-.
     Sean sinceros, señores importantes de la palabra y la letra y el fonema y la metodología correcta para una gramática acertada: en el fondo a todos ustedes les importamos una mierda el resto de los mortales; al menos hasta que consigamos entrar en su selecto club privado.
     Primero el reconocimiento, después... ¿la felicidad? Tal vez; lo que sí que será seguro es el tiempo, el tiempo que regala o compra o genera el maldito dinero. Ahí fuera hay un montón de gente excepcional -aunque el término 'montón' les suene tan vulgar, tan plebeyo, tan simple y mundano-; hagan la prueba: cierren sus cuadernos de diseño y salgan a hablar con personas reales y auténticas -que no por ser sinónimos siempre lo son exactos-, olviden por un par de horas sus personajes diseñados por y para algún fin maestro. Dejen que la realidad les sorprenda.
     El mundo está lleno de ansiosos bebedores de cerveza, de melómanos empedernidos, de maniáticos de la limpieza y autodidactas insufribles, de incorregibles conquistadores y lectores devotos. No hay nada especial en mi; tan sólo soy un yonqui más, empeñado en escribir más páginas que el más prolífico de los escritores, beber más tragos que John Bonham el día de su muerte, dar más besos que el mejor de los amantes. Yo soy, sencillamente, y al igual que mis congéneres, uno más, otro más..., el eterno yonqui.

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