sábado, 23 de julio de 2016

A PESAR DE LA DEMOCRACIA
     ¿Quién tiene ganas de pensar hoy, ahora? Vayan terminando, es tarde; haga usted el favor de callarse, policía, desalojen la sala.
     Vienen: buenos días, ¿aquí? ¿Será? Piensas un rato, le echas un vistazo a la papeleta, a la tarjeta censal, al DNI; terminas concluyendo que sí, aquí es, o no, mire, es ahí al fondo, en la mesa de la derecha, no, esa no, la otra. En la mesa de la izquierda tres cuarentones saltan en sus sillas y rugen con voces socarronas; al parecer se acerca otra joven con cintura de abeja y larga melena ondeante. Hay momentos en los que uno piensa que serían capaces de atacarla ahí mismo, en medio de la sala, bajo la atenta mirada de interventores y electores, como genuinos depredadores dando cuenta de su trofeo.
     De vez en cuando se deja caer por aquí uno de los pululantes: seres danzarines, aburridos, que, acreditación en mano, se empeñan en dirigir el tráfico, en organizar el trabajo del voluntario impuesto. Aparecen por la izquierda, toquetean todo lo que pueden por detrás y después, mutis por el foro a la derecha. Un tipo desequilibrado, alguien real y profundamente perturbado, todo un loco, no dudaría en cargar contra todos ellos y liquidarlos. Imagino que nadie se lo reprocharía hoy; no aquí.
     Votantes indecisos lanzando monedas al aire; recuerdo haber oído en mi tierna infancia como una señorona justificaba su voto, su democrática decisión, con el corte de pelo de cierto líder político y lo bien que le quedaba el flequillo. Soñadores, cosa lógica a los veinte, una envidia a los setenta; tarambanas a los treinta, cuarenta, cincuenta... Todos los votos valen lo mismo, esa es la premisa; igual, que diría mi hija de dos años. Aunque lo cierto es que todo terminará dependiendo de en qué ciudad esté uno empadronado.
     Al final llegan las carreras, los números, las cuentas. Ábaco y calculadora. A mí me viene a la cabeza un cliente que lleva tres meses sin fondos en la cuenta en que tiene domiciliados los pagos de mis servicios. Tal vez no tenga nada qué ver con todo esto del proceso electoral, pero es lo que hay: de momento mi cabeza, y en especial sus mecanismos y resortes automáticos, todo ello sigue siendo autónomo. No ocurre lo mismo con los vocales nerviosos; los interventores pasivos hasta hace media hora se tornan sutiles prestidigitadores; los policías, aliados con los empleados de correos, quieren irse a casa ya. Yo también, coño, y suelto el taco bien alto; que todo el mundo me oiga, que yo también puedo ser 'tycpical spanish'. Así que venga, decidamos; contamos por cuarta vez o apuntamos un par de votos nulos más.
     Quien esté libre de pecado... y a mí me entran ganas de ponerme en pie, robarle una porra a un agente del orden y, cual ángel vengador, liberar a todos mis congéneres de esta tortura, poner fin a esta aberración que pretendemos justificar ahora, dieciséis horas más tarde de haber comenzado, a cualquier precio, cueste lo que cueste, a pesar de la Democracia.

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