A PESAR DE LA DEMOCRACIA
¿Quién tiene ganas de pensar hoy, ahora?
Vayan terminando, es tarde; haga usted el favor de callarse, policía, desalojen
la sala.
Vienen: buenos días, ¿aquí? ¿Será? Piensas
un rato, le echas un vistazo a la papeleta, a la tarjeta censal, al DNI;
terminas concluyendo que sí, aquí es, o no, mire, es ahí al fondo, en la mesa
de la derecha, no, esa no, la otra. En la mesa de la izquierda tres cuarentones
saltan en sus sillas y rugen con voces socarronas; al parecer se acerca otra
joven con cintura de abeja y larga melena ondeante. Hay momentos en los que uno
piensa que serían capaces de atacarla ahí mismo, en medio de la sala, bajo la
atenta mirada de interventores y electores, como genuinos depredadores dando
cuenta de su trofeo.
De vez en cuando se deja caer por aquí uno
de los pululantes: seres danzarines, aburridos, que, acreditación en mano, se
empeñan en dirigir el tráfico, en organizar el trabajo del voluntario impuesto.
Aparecen por la izquierda, toquetean todo lo que pueden por detrás y después,
mutis por el foro a la derecha. Un tipo desequilibrado, alguien real y
profundamente perturbado, todo un loco, no dudaría en cargar contra todos ellos
y liquidarlos. Imagino que nadie se lo reprocharía hoy; no aquí.
Votantes indecisos lanzando monedas al
aire; recuerdo haber oído en mi tierna infancia como una señorona justificaba
su voto, su democrática decisión, con el corte de pelo de cierto líder político
y lo bien que le quedaba el flequillo. Soñadores, cosa lógica a los veinte, una
envidia a los setenta; tarambanas a los treinta, cuarenta, cincuenta... Todos
los votos valen lo mismo, esa es la premisa; igual, que diría mi hija de dos
años. Aunque lo cierto es que todo terminará dependiendo de en qué ciudad esté
uno empadronado.
Al final llegan las carreras, los números,
las cuentas. Ábaco y calculadora. A mí me viene a la cabeza un cliente que
lleva tres meses sin fondos en la cuenta en que tiene domiciliados los pagos de
mis servicios. Tal vez no tenga nada qué ver con todo esto del proceso
electoral, pero es lo que hay: de momento mi cabeza, y en especial sus
mecanismos y resortes automáticos, todo ello sigue siendo autónomo. No ocurre
lo mismo con los vocales nerviosos; los interventores pasivos hasta hace media
hora se tornan sutiles prestidigitadores; los policías, aliados con los
empleados de correos, quieren irse a casa ya. Yo también, coño, y suelto el
taco bien alto; que todo el mundo me oiga, que yo también puedo ser 'tycpical
spanish'. Así que venga, decidamos; contamos por cuarta vez o apuntamos un par
de votos nulos más.
Quien esté libre de pecado... y a mí me
entran ganas de ponerme en pie, robarle una porra a un agente del orden y, cual
ángel vengador, liberar a todos mis congéneres de esta tortura, poner fin a
esta aberración que pretendemos justificar ahora, dieciséis horas más tarde de
haber comenzado, a cualquier precio, cueste lo que cueste, a pesar de la
Democracia.
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