domingo, 27 de noviembre de 2016

DE LA BUENA EDUCACIÓN
     Nadie contesta al teléfono después de las doce; territorio vedado, lo llaman. Me dicen que tengo que ser comprensivo, que mi lógica es incomprensible y a esas horas sólo los borrachos y los degenerados se acuerdan de sus asuntos pendientes. Yo les pregunto si acaso al resto de la gente le falla la memoria después de cenar, mientras ven películas malas en sus aparatos de televisión, o cuando pelean con el insomnio atrapados en sus edredones nórdicos. Casi nadie se molesta en responderme, me toman por un caso perdido; quien aún muestra algo de paciencia conmigo me explica que, con el cambio de fecha en el calendario, la gente de bien suele hacer borrón y cuenta nueva: las personas normales saben aparcar esas cosas. Descubro así que yo no soy normal, ni gente de bien. Agradezco los servicios prestados, el descubrimiento, y cuelgo. A los pocos minutos vuelvo a echarle mano al aparato y marco de nuevo; qué diablos puedes querer ahora,  me preguntan. Yo, muy circunspecto, respondo: tan solo llamaba porque había olvidado pedir perdón.

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