RELATIVO
Qué diferente habría sido todo si yo..., si
no fuese una mujer -piensa Elena-; si yo no tuviese esta pálida carita, estos
ojos melosos y esta larga melena negra, nadie podría perdonarme. A nadie le
importaría que Marta llevase años despreciándome en público, insultándome a
diario, maltratándome en la cama; ni las quemaduras de los cigarrillos en los
brazos, como castigo a mis osadías, justificarían mi arranque de furia asesina,
mi venganza a cuchillo en un arrebato de locura, si yo me llamase, por ejemplo,
Manolo. Entonces la prensa hablaría de violencia de género, y no de defensa
personal; qué diferentes serían las declaraciones de los vecinos, nada de 'la
verdad es que la otra la tenía amedrentada, vivía atemorizada' o 'aunque no
deba decirlo, lo cierto es que la chiquilla no podía seguir viviendo así'. Si
yo fuera Manolo, todo lo que saldría de las bocas de quienes nos conocían sería
el trillado 'nadie lo hubiera dicho, parecían tan normales'. Mis hermanos no iniciarían
una campaña en alguna plataforma de recogida de firmas pidiendo mi indulto,
porque la verdadera maltratada en esta historia soy yo, sino que apartarían de
un manotazo las cámaras negándose a realizar declaraciones al tiempo que se
desmarcarían de cualquier vínculo conmigo. Yo no sería una heroína luchadora y
liberada; sería un monstruo más, el enésimo en una lista interminable de
crueles avasalladores. No faltaría algún amigo, en las noticias de la noche,
haciendo muchos aspavientos y gestos con las manos mientras trataba de explicar
a los telespectadores lo cruel que resultaba mi agresividad pasiva en cada
encuentro que con él habíamos mantenido en los últimos años. Sin duda yo sería,
sencillamente, el cabrón del Manolo, otro malnacido más, un asesino sin excusa,
una vergüenza y un completo desgraciado.
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