Gastamos
dinero, por una noche, a lo loco, descontrolados y ansiosos, pero con un halo
de tranquilidad aparente envolviéndonos: como si fuésemos los dueños de la
ciudad.
Cenamos
en un reservado con vino caro, masticamos exquisitas carnes lejos del bolsillo
medio, pedimos -nosotros que odiamos el dulce- el más suntuoso postre que
encontramos, y fumamos puros gruesos, como aquellos que le sisábamos a nuestros
abuelos cuando jugábamos a ser mucho mayores de lo que éramos.
A
veces también hace falta derrochar un poco, sentirse elevado, por encima de las
propias necesidades y posibilidades, olvidándose durante un par de horas de todas
esas preocupaciones que no paran de intentar convencerte de que no vas a poder.
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