¿IRONÍA?
Ahí estoy yo, en una de esas grandes cafeterías que intentan recordar a
los inmensos salones de té turcos y marroquíes de otro tiempo. Una gran
estancia llena de mesitas bajas, redondas y cuadradas alternándose, cada una
con cuatro sillas. Cuando llego al lugar me encuentro con prácticamente todas ellas
vacías, así que elijo una, esquinada, al fondo del local, y tomo asiento. En el
centro del salón se erige una espectacular y portentosa barra decorada con un
artesonado que pretende parecer clásico.
Después de un rato ensimismado en la lectura de ‘Crimen y castigo’,
levanto la vista y mis ojos se encuentran con los de un tipo que acaba de
entrar; un hombre de unos cuarenta y pico años, canoso y ralo, más bien delgado
que escruta con mirada insegura el lugar buscando –imagino- un sitio donde
sentarse a tomar un café o un tinto de verano o un orujo de hierbas. Vacilante,
casi sin mirar hacia ella, sus pies le llevan hasta la barra, donde la mayoría
de los clientes, unos veinte, se encuentran. Lanzo una rápida ojeada al mar de
mesas que se extiende ante mí; dieciséis en total, apenas tres ocupadas,
incluida la mía, por otras tantas personas.
Este tipo de cosas, a veces, me lleva a pensar en cuestiones que no
tienen nada, absolutamente nada, que ver con la causa primera de mi reflexión. En
esta ocasión en concreto me veo a mi mismo, en la piscina, compartiendo la
misma calle con mi esposa; ella se cruza conmigo y me sonríe debajo del agua
mientras, fuera, todo el mundo nos observa como si se preguntase qué demonios
hacemos ambos en una única calle cuando hemos tenido que pagar por dos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario