viernes, 23 de noviembre de 2012


EL CAMINO DEL ESCRITOR
(o LA FUERZA DE UN DESEO)
        Algo que tengo claro, cada día más, es que carezco del don de la creatividad que caracterizó y caracteriza a algunos de mis más admirados escritores. Yo no puedo parir libros tan geniales como ‘el bebedor’ a la velocidad y en las condiciones en que lo hizo Hans Fallada, ni puedo jugar con tantas variables como solía hacer –y lo hacía con maestría- Asimov, ni ahondar tanto en la psique humana como Tolstoi o mi adorado Dostoyevski. Yo soy incapaz de alcanzar cotas tan elevadas como aquellas en las que suele moverse con tanta soltura el señor Auster.
        yo, en cambio, no puedo dejar de escribir en estos cuadernos míos que siempre me acompañan. Lo mío es registrarlo todo, como si fuese un historiador aficionado o un aprendiz de periodista que aún no ha descubierto cómo separar el oro de toda la gravilla del río; y después, a pelear con todo ello.
        Recuerdo cierta ocasión en que mi abuela, tras leer algunos pasajes de uno de mis escritos, rompió a llorar mientras me preguntaba cuanto tiempo había invertido en la elaboración de aquel relato. Al responderle que casi un año, ella, emocionada, me dijo: “escribe hijo, escribe; no hagas otra cosa que no sea escribir”. Sin duda alguna, si algún día consigo escribir una obra que consiga pasar a engrosar los anales de la historia de la literatura, el mío será un ‘premio a la constancia’.

No hay comentarios:

Publicar un comentario