Un hombre, hay
quien dice,
es sólo eso,
un hombre, y razón
no le faltará,
en parte;
un hombre,
claro está, es un 'hombre'
pero no
'sólo'.
Pongámosme a
mí por ejemplo;
ahora mismo
podría estar a punto
de redactar
una declaración de principios,
o de,
sencillamente, presentarme ante usted
para comenzar
a despotricar acerca
de cualquier
tontería que hace unas horas
haya puesto a
bullir mi masa encefálica.
(Así soy yo,
un hombre indignado
y no un hombre sin más).
Podría, en
este preciso instante,
encontrarme
urdiendo algún magistral plan
con el que
derrocar un gobierno,
hacer saltar
por los aires
la sede del
Banco Central Europeo
un domingo
cualquiera, o simplemente
levantar a un
pueblo entero
en invencible
son de paz.
Un hombre
puede ser eso,
y no sólo un
hombre y hada más;
escultor de
palabras que atraigan ideas,
jardinero de
colores que dibujen sonrisas,
arquitecto de
caricias y movimientos,
poeta de
contagiosas miradas emocionadas,
pintor de
realidades diferentes, quizá más bellas.
Un hombre,
también puede ser
tirano,
cobarde, traidor, mentiroso y mezquino,
incitador de
odios y gestor del miedo.
Un hombre
puede ser aquello que él quiera,
blanco o
negro, todo o nada,
uno o todos
¡lo que prefiráis! pero,
no me digáis
que un hombre es sólo eso,
un hombre, y
que no hay más.
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