domingo, 7 de abril de 2013


     Un día compras un libro, el último que te queda por leer de cierto escritor al que realmente admiras; así que lo retienes en la línea de salida durante unos cuantos meses, incluso puede que un par de años, permitiendo que otros recién llegados lo adelanten a la hora de ser devorados. El tiempo pasa y tus expectativas crecen, aumenta tu ansia, tu necesidad de engullirlo al fin y, una vez más -ésta la última-, relamerte con cada palabra, asombrarte con cada imagen, revolcarte en cada giro, saltar con cada sorpresa y sentir, nuevamente, la necesidad de tomar un avión -o una máquina del tiempo-, presentarte ante la mismísima puerta de la casa del tipo en cuestión y darle las gracias por haber escrito semejante obra maestra.
     Supongo que todo aquel que se embarque en esta aventura que es la Literatura, debería aspirar a conseguir que al menos una vez en la Historia, esto le suceda a, por lo menos, una persona con uno de sus libros. Eso, sin duda alguna, sería mejor aún que el hecho de que le pongan tu nombre a una calle de una ciudad que jamás has visitado.

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