Así fue cómo
sucedió,
como ocurren
todas las cosas
que nacieron
escritas;
ninguno de los
dos estaba preparado y,
aún así, nada
pudimos hacer.
No hacía
ningún frío
aquella
inesperada noche de diciembre,
sobraban las
chaquetas y
las estúpidas
palabras que
tantas veces
nos atrapan,
estaban
también de más.
Hubo un par de
miradas
-primero,
creo, fui yo quien,
como un
engreído seguro de sí mismo,
te guiñó un
ojo;
después te
pesqué atisbándome
y sonreíste
con picardía-,
más tarde
llegaron
los dedos
entrelazados, las manos
confundiéndose
bajo la ropa,
...los labios
negándose
a la despedida
obligada.
Nueve cifras
apuntadas a toda prisa y
la vida pasó y
todo cambió...,
porque las
cosas que no tienen mucho sentido
fueron creadas
para ser recicladas
-al menos cada
cierto tiempo-.
No hubo vuelta
de hoja, no la hay;
y... después
de todo,
¿quién quiere
que la haya?
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