CULTURA
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¡Para el niño, para la niña! Oiga 'usté',
lo tengo baratito; que lo traigo 'rebajao' ¡oiga!
Camisetas rojas, verdes, blancas, azules, amarillas,
negras y marrones; camisetas de cuatro tallas diferentes, plagadas de enormes,
¡no!, gigantescos logotipos con los que realmente, siempre que las llevas
puestas, le haces publicidad gratuita a los fabricantes. No, no, espera... Es
peor aún; tú eres el que paga por hacerles el trabajo de pasear su escudo,
insignia, blasón -quién da más- imagen de marca, distintivo, emblema -etcétera,
etcétera-. Cuanto mayor el logo, más caro el producto a pasear. Existen de
hecho, camisas que, según cuentan las leyendas, tienen mangas y cuellos que
sobresalen de un bordado que representa a un jockey montado sobre un caballo árabe
que ocupa la pechera entera de hombres de noventa kilos y metro ochenta y
cinco...
Yo prefiero comprarme camisetas de tres
euretes en el mercadillo, o de las que venden como ropa interior, entre cinco y
ocho, sin publicidad, ¿a santo de qué voy a pagar yo por hacerle el trabajo a
otro? Les haces los pertinentes kilómetros sin tener que caer en estúpidas
conversaciones del tipo "ah, qué bonita camiseta, ¿es de Juanito
Martínez?" No, coño; es mía, la he pagado, pregunta en la tienda.
A mí lo que de verdad me gustaría es ser
como Michael Jordan en sus tiempos, y que me llenasen la cartera por ir por mi
ciudad pegando saltos y diciendo chorradas como "señora, no se lo piense más y simplemente hágalo". Y después, como decía aquel, a rascarla.
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