miércoles, 26 de febrero de 2014

DIARIO DE UN CONDUCTOR INSOMNE
     Conduces y conduces; atrás dejas kilómetros de humeantes cenizas, restos de un incandescente ayer demasiado lejano. Piensas que seguramente, ahí fuera, habrá dos o tres docenas de personas esperando que te detengas y hagas tu gran truco de prestidigitación, convirtiendo este profundo pozo lleno de emociones informes, en palabras con sentido. La simple idea te hastía y le devuelve a tu pie derecho la convicción de que lo mejor que puede hacer es seguir pisando el acelerador.
     De vez en cuando dudas acerca de tus razones; entonces te detienes por unos instantes, te bajas de tu coche y te aproximas a algún bar de carretera. Antes de cruzar el umbral de la puerta ya puedes oír a un par de tipos dándoselas de listísimos por haberle timado unos pocos cientos de euros a un proveedor, mientras en un rincón un joven desarrolla un elaborado soliloquio acerca de la honestidad y de lo que él haría "con toda esa panda de ladrones". Entonces te giras para mirar a los primeros y, al verlos, piensas que no debieron de ser muy diferentes del muchacho hace unos quince o veinte años. Sientes asco, así que no llegas a entrar; te giras ante la puerta, mientras una camarera con demasiado maquillaje como para atreverse a probar suerte y adivinar si es guapa o fea, le pregunta al recuerdo de tu imagen qué va a ser. Después vuelves a tu vehículo, introduces la llave en el contacto, arrancas, metes primera, quitas el freno de mano cuando ya has comenzado a pisar el acelerador nuevamente y vuelves a toda prisa a la carretera.

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