Ahora soy Worm; no el Worm de Beckett,
perdido, desorientado y lleno de dudas. No, no soy ese Worm, ni ningún otro
Worm cualquiera; yo soy Worm, a secas, todos y uno, el único Worm.
Ahora soy Worm, tendido en el suelo, sin
ninguna expectativa ni nada con lo que soñar o entretenerme; hace ya mucho,
demasiado tiempo, que perdí los brazos y las piernas, mis ojos ya no me enseñan
nada, mis oídos no me susurran palabras vacías, mi boca no reconoce ningún
sabor y a mi nariz no llega ningún recuerdo envuelto en un perfume cálido y
embriagador. Vivo instalado en la ausencia de emoción, en una especie de 'nada'
sentimental. No recuerdo cómo o cuándo empezó todo esto, aunque algo me dice
que mi transformación -antes yo no era Worm, sino Jacob Martín, joven escritor
con creciente prestigio a punto de abanderar alguna causa digna de elogio- tuvo
que ver con el hecho de verme, día tras día, durante varios años, rodeado de
apatía, asepsia y... cuál será la palabra adecuada, ¿dejadez?
Ahora soy Worm; fiel reflejo de la sociedad
en que he crecido, ejemplo de una tendencia, el obvio devenir de los últimos
dos mil años de historia. Soy Worm, continente de otros como yo, pero
distintos, más pequeños, que a su vez contienen a otros como ellos mismos; entre
otros, yo.
Ahora soy Worm, quieto, inmóvil, inmutable;
soltando sinónimos y excusas. Soy Worm y seguiré siéndolo durante tres o cuatro
eternidades más; después dejaré de serlo. Dejaré de ser Worm y ya no seré nada,
nunca más. Dejaré de ser Worm y, sencillamente, dejaré de ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario