MUERTE DE UN LIMPIACRISTALES
Luis Alberto su nombre; había sido
limpiacristales en sus veinte o veintitantos, soñaría por aquel entonces -como
lo hacen todos los limpiacristales cuando sienten sus manos congelarse al
contacto con el gélido agua a las seis de la mañana en un lunes cualquiera de
invierno-, soñaría con dejar de limpiar cristales y dedicarse a otra cosa.
Hacía más de cuarenta años que no limpiaba cristales, ni uno solo, ni siquiera
por los viejos tiempos. Montó una panadería donde trabajaba junto a su esposa y
contrató a otro para que limpiase sus cristales; otro que a su vez, imagino,
soñaría con dejar de limpiar cristales y dedicarse a otra cosa, a... escribir,
por ejemplo.
Llevaba mucho, mucho tiempo sin dedicarse a
limpiar cristales pero, con los limpiacristales sucede como con los filósofos,
los oradores y los psicoanalistas, uno no deja de ser limpiacristales por mucho
tiempo que haya pasado desde que limpió su último cristal, uno no deja de ser
limpiacristales jamás. Hay algo en... los ojos, algo que te permite ver las
cosas de una forma diferente a como las aprecian los demás, casi como si fueras
un analista de manchas potenciales y confirmadas. Ese algo, después, con el
tiempo, termina por reflejarse en la mirada de quien lo posee, una mirada que
nunca te mira o te ve simplemente, sino que te escruta, te estudia, te observa
con atención total; verse reflejado en la mirada de un limpiacristales implica
sentirse el centro absoluto del Universo entero.
Ha muerto Luis Alberto, un hombre que
alguna vez miró con sus ojos de limpiacristales a los ojos de otro
limpiacristales, provocando algo muy parecido a lo que debió ser el 'Big Bang'.
Donde quiera que esté, descanse en paz.
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