viernes, 23 de mayo de 2014

MUERTE DE UN LIMPIACRISTALES
     Luis Alberto su nombre; había sido limpiacristales en sus veinte o veintitantos, soñaría por aquel entonces -como lo hacen todos los limpiacristales cuando sienten sus manos congelarse al contacto con el gélido agua a las seis de la mañana en un lunes cualquiera de invierno-, soñaría con dejar de limpiar cristales y dedicarse a otra cosa. Hacía más de cuarenta años que no limpiaba cristales, ni uno solo, ni siquiera por los viejos tiempos. Montó una panadería donde trabajaba junto a su esposa y contrató a otro para que limpiase sus cristales; otro que a su vez, imagino, soñaría con dejar de limpiar cristales y dedicarse a otra cosa, a... escribir, por ejemplo.
     Llevaba mucho, mucho tiempo sin dedicarse a limpiar cristales pero, con los limpiacristales sucede como con los filósofos, los oradores y los psicoanalistas, uno no deja de ser limpiacristales por mucho tiempo que haya pasado desde que limpió su último cristal, uno no deja de ser limpiacristales jamás. Hay algo en... los ojos, algo que te permite ver las cosas de una forma diferente a como las aprecian los demás, casi como si fueras un analista de manchas potenciales y confirmadas. Ese algo, después, con el tiempo, termina por reflejarse en la mirada de quien lo posee, una mirada que nunca te mira o te ve simplemente, sino que te escruta, te estudia, te observa con atención total; verse reflejado en la mirada de un limpiacristales implica sentirse el centro absoluto del Universo entero.
     Ha muerto Luis Alberto, un hombre que alguna vez miró con sus ojos de limpiacristales a los ojos de otro limpiacristales, provocando algo muy parecido a lo que debió ser el 'Big Bang'. Donde quiera que esté, descanse en paz.

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