INMÓVIL
Las oxidadas campanadas del viejo carillón
anuncian que es medianoche, aunque aquí, en medio del tiempo ausente o detenido
-o simplemente carente de sentido-, poco importa si son las doce o las tres o
las cinco, de la mañana o de la tarde.
Bertrand continúa tocando el piano; sonríe
abstraído, permanece desde hace días así, a caballo entre este pequeño salón,
sus eternos moradores ebrios, y aquello que aguarda al otro lado del puente,
ese eco mudo tan característico del tiempo inmóvil.
Mientras, fuera, avanza..., antes o después
la niebla nos cubrirá con su húmeda caricia.
A través de sus inquietos dedos, diferentes
ritmos de blues y jazz, de música de cámara austriaca y pequeñas piezas de
Satie, se alternan con graciosa velocidad; sus manos no saben quedarse quietas,
y sólo dejan de acariciar las teclas, de cuando en cuando, para bailar hasta
una copa de vino que jamás parece quedarse vacía.
La noche prosigue sin que dé muchas
muestras de pretender terminar. Qué escribes, pregunta Jorge -Jorge tiene siempre
la necesidad de averiguar cosas, de descubrir secretos, de investigar algo
nuevo-; un poema, responde Rosita -empeñada en sólo ver belleza allí donde
mira-. Palabras pretendiendo convertirse en algo hermoso..., pudiera ser. A
esto es a lo que me dedico, pienso yo, a observar y tomar nota.
No hay comentarios:
Publicar un comentario