jueves, 1 de enero de 2015

PROMESAS
   Promesas, todos los años comienzan igual: promesas rotas segundos después de ser formuladas, promesas ignoradas, olvidadas en el mismo momento en que son planteadas.
     No quiero mentir; ya no soy un niñato engreído, ni un jovenzuelo prepotente, sé que no soy capaz de cualquier cosa, soy consciente de mis limitaciones -aunque no de mis límites-, no voy a prometer ni jurar nada que no esté seguro de poder defender hasta la muerte, ...o incluso más allá.
     Hubo un tiempo en que me creí capaz de todo, y pasó lo que pasó. No quiero terminar este año como el anterior: asqueado, hastiado, cansado e impotente; es duro, muy duro tomar conciencia de la propia incapacidad para alcanzar determinados objetivos cuya consecución se había convertido en asunto personal. Hoy soy más sabio -también más viejo, lo que viene a darles la razón, una vez más, a mi padre y al refranero popular español-, sé que un individuo solo es capaz de encender una mecha, pero mantener el fuego vivo, guiar la llama a lo largo de la cuerda que ha de arder, es tarea de muchos corazones encendidos y muchos cerebros empeñados en darle la vuelta a la tortilla. Sí, el cambio es posible pero, seamos sinceros, sólo lo es como en aquella canción de Lennon y McCartney, 'con la ayuda de mis amigos'.
     'Ningún hombre es una isla' escribió John Donne en el siglo XVII; desde que lo leí hace algo más de diez años en el prólogo de una edición que heredé de 'Por quién doblan las campanas', la idea me ha obsesionado. Es cierto, total e indiscutiblemente; el hombre es un ser social, su disposición natural le lleva a sentirse inclinado a la idea de manada, a verse obligado al auxilio del prójimo, incluso en el caso de los más individualistas. Pensadlo con absoluta sinceridad y veréis que no os queda otra que darme la razón.
     No pienso prometer nada, pero sí que puedo permitirme esperar algunas cosas; espero, por ejemplo, aprender a ser un poquito más paciente, y humilde, reconocer los puntos sin retorno antes de cruzarlos obcecado y pedir ayuda cuando, convencido de mis motivos, me reconozca como insuficiente motor para la acción. Espero ser capaz de alcanzarme cuando, en el más dulce de mis sueños, vea que unas zapatillas blancas con suelas rojas y negras, me dejan atrás: no quiero pretender ser más de lo que realmente soy capaz de ser.

No hay comentarios:

Publicar un comentario