PROMESAS
Promesas, todos los años comienzan
igual: promesas rotas segundos después de ser formuladas, promesas ignoradas,
olvidadas en el mismo momento en que son planteadas.
No quiero mentir; ya no soy un niñato
engreído, ni un jovenzuelo prepotente, sé que no soy capaz de cualquier cosa,
soy consciente de mis limitaciones -aunque no de mis límites-, no voy a
prometer ni jurar nada que no esté seguro de poder defender hasta la muerte,
...o incluso más allá.
Hubo un tiempo en que me creí capaz de
todo, y pasó lo que pasó. No quiero terminar este año como el anterior:
asqueado, hastiado, cansado e impotente; es duro, muy duro tomar conciencia de
la propia incapacidad para alcanzar determinados objetivos cuya consecución se
había convertido en asunto personal. Hoy soy más sabio -también más viejo, lo
que viene a darles la razón, una vez más, a mi padre y al refranero popular
español-, sé que un individuo solo es capaz de encender una mecha, pero
mantener el fuego vivo, guiar la llama a lo largo de la cuerda que ha de arder,
es tarea de muchos corazones encendidos y muchos cerebros empeñados en darle la
vuelta a la tortilla. Sí, el cambio es posible pero, seamos sinceros, sólo lo
es como en aquella canción de Lennon y McCartney, 'con la ayuda de mis amigos'.
'Ningún hombre es una isla' escribió John
Donne en el siglo XVII; desde que lo leí hace algo más de diez años en el
prólogo de una edición que heredé de 'Por quién doblan las campanas', la idea
me ha obsesionado. Es cierto, total e indiscutiblemente; el hombre es un ser
social, su disposición natural le lleva a sentirse inclinado a la idea de manada,
a verse obligado al auxilio del prójimo, incluso en el caso de los más
individualistas. Pensadlo con absoluta sinceridad y veréis que no os queda otra
que darme la razón.
No pienso prometer nada, pero sí que puedo
permitirme esperar algunas cosas; espero, por ejemplo, aprender a ser un
poquito más paciente, y humilde, reconocer los puntos sin retorno antes de
cruzarlos obcecado y pedir ayuda cuando, convencido de mis motivos, me
reconozca como insuficiente motor para la acción. Espero ser capaz de
alcanzarme cuando, en el más dulce de mis sueños, vea que unas zapatillas
blancas con suelas rojas y negras, me dejan atrás: no quiero pretender ser más
de lo que realmente soy capaz de ser.
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