AHORA QUE NO ESTOY (pt.05/18)
Durante diez años de mi vida -los que transcurren
entre los 15 y los 25-, fui lo que cualquier observador neutral hubiera
catalogado como adicto al tabaco; fumador de pro, o tal vez de 'popa'.
Seguramente, si preguntas por ahí, no
faltará quién te cuente su particular versión -quizá visión- de cómo puse fin a
esta curiosa y particular forma de suicidio. Algunos dirán que alguien me
desafió -método que, según se dice, se comenta, resulta infalible para hacer
que me mueva-, no faltará quién evoque a mi propia ética y recuerde que un buen
día, posiblemente colocado, le prometí a mi madre que lo dejaría antes de
cumplir los 26. Y probablemente habrá quien afirme, inquebrantable, que
simplemente se me metió en la cabeza, como a un toro se le mete en la cabeza
embestir todo lo que se mueva demasiado deprisa delante de sus pequeños ojos.
En fin... Dejé de fumar en el mismo momento
en que comprendí que, con mi vicio, yo estaba matando personas.
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