jueves, 28 de mayo de 2015

AHORA QUE NO ESTOY (pt.05/18)
     Durante diez años de mi vida -los que transcurren entre los 15 y los 25-, fui lo que cualquier observador neutral hubiera catalogado como adicto al tabaco; fumador de pro, o tal vez de 'popa'.
     Seguramente, si preguntas por ahí, no faltará quién te cuente su particular versión -quizá visión- de cómo puse fin a esta curiosa y particular forma de suicidio. Algunos dirán que alguien me desafió -método que, según se dice, se comenta, resulta infalible para hacer que me mueva-, no faltará quién evoque a mi propia ética y recuerde que un buen día, posiblemente colocado, le prometí a mi madre que lo dejaría antes de cumplir los 26. Y probablemente habrá quien afirme, inquebrantable, que simplemente se me metió en la cabeza, como a un toro se le mete en la cabeza embestir todo lo que se mueva demasiado deprisa delante de sus pequeños ojos.
     En fin... Dejé de fumar en el mismo momento en que comprendí que, con mi vicio, yo estaba matando personas.

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