DE LA VANIDAD ILUSTRADA Y ALGO DE SINCERIDAD
Escribir es un ejercicio de repetición; hay
que practicar a menudo: madrugar, ponerse ropa cómoda, realizar unos sencillos
estiramientos y... ¡a sudar!
La historia no necesariamente ha de ser
coherente; no tiene ni que ser una historia, de hecho; también resulta válido
escoger un bolígrafo cualquiera y comenzar a divagar acerca de... el mismo acto
de escribir, por ejemplo.
Supongo que hay tantos motivos para
escribir como escribientes pululan por el mundo. En mi caso, lo hago por
vanidad. Escribo porque necesito tomar nota de todo, porque adoro
'literaturizar' cada experiencia y eso, convertirlo todo en relato o artículo o
poema o novela, lo hago creyendo que no se me da mal y que todo lo que digo,
además, es importantísimo y no debería perderse en el vacío de las ideas
calladas. Vanidad pues. El hecho de no haber alcanzado fama o reconocimiento a
gran escala resulta secundario, lo importante es lo que yo pienso de mí y de mi
obra. Un escritor es, a grandes rasgos y además de engreído o vanidoso,
individualista, egoísta y sabihondo.
A un escritor de verdad le cuesta ser
sincero, tan sincero como para reconocerlo, pero lo cierto es que, de todos los
creadores que andan por ahí sueltos, los escritores somos los más engreídos y
enamorados de nosotros mismos.
Escribamos pues, y regodeémonos en nuestro
onanismo de papeles salpicados con corridas de tinta y abandonados en las más
altas estanterías de nuestras bibliotecas particulares. Todo bien distribuido
para regocijo secreto de nuestra vanidad ilustrada.
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